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cap.
darwin: viaje del «beagle»

taban canciones tahitianas. Nos sentamos en la arena, incorporándonos a los grupos. La letra de sus cánticos era improvisada, y, según creo, se refería a nuestro arribo; una chicuela entonó un verso, que los demás siguieron en parte, formando un bonito coro. El conjunto de la escena nos daba la impresión inequívoca de estar sentados en las playas de una isla perdida en la inmensidad del famoso Mar del Sur.


17 de noviembre.—Este día está registrado en el cuaderno de bitácora como miércoles 17, en lugar de martes 16, a causa de haber navegado siguiendo el movimiento aparente del Sol. Antes del almuerzo el barco apareció rodeado de una flotilla de canoas, y en cuanto se dió permiso a los naturales para subir a bordo, se reunieron sobre cubierta lo menos unos 200. Todos los del Beagle convinimos en que hubiera sido difícil que tantos visitantes de cualquier otra procedencia hubieran causado menos molestias. Cada uno de ellos traía algo que vender; pero el principal artículo le constituían las conchas. Los tahitianos conocían ahora perfectamente el valor de la moneda, y la preferían a telas viejas y otros artículos. Sin embargo, las diversas piezas de dinero inglés y español los desconcertaban, y no parecían tranquilos con las monedas pequeñas de plata hasta que las cambiaban por dólares. Algunos jefes habían acumulado importantes sumas de dinero. Uno de ellos ofreció en cierta ocasión 800 dólares, o sea unas 160 libras esterlinas, por una pequeña embarcación, y con frecuencia compraban botes balleneros y caballos a razón de 50 a 100 dólares.

Después de almorzar salté a tierra, y subí por la pendiente más próxima, hasta la altura de 600 a 900 metros. Las montañas de la zona exterior eran lisas y cónicas, pero escarpadas, y las antiguas rocas volcánicas que las forman están cortadas por numerosos