ración de sus iguales, lo cual fué de mayor importancia para los ingleses que la confiscación de las tierras.
Mientras el bote seguía navegando, saltó a él un segundo jefe, sin otro motivo que el de recrearse, remontando el riachuelo y bajando después a favor de la corriente. En mi vida he visto una expresión más feroz y horrible que la de este hombre. Al pronto me ocurrió que había cierta semejanza entre él y una ilustración fantástica de la balada de Fridolin, de Schiller, en la que aparecían dos hombres empujando a Roberto al horno de hierro. El intruso era precisamente el que ponía el brazo sobre el pecho de Roberto. En este caso la cara no mentía: el citado jefe había sido un notorio asesino y un ladrón de marca. Desde el sitio a que arribó el bote, Mr. Bushby me acompañó unos centenares de metros por el camino; no pude menos de admirar la frescura y desvergüenza del viejo bandido, a quien dejamos tendido en el barquichuelo, cuando dijo a voces a mi acompañante: «No tardes mucho, porque me cansaré de esperar aquí.»
Ahora comencé mi caminata con el guía. El camino sigue un sendero muy trillado y guarnecido en ambos lados por helechos gigantes, que cubren la región entera. Después de haber andado unas millas llegamos a un pueblecillo del país, formado por varias chozas al pie de algunos trozos de tierra sembrados de patatas. La introducción de la patata ha sido el beneficio más esencial hecho a la isla, y actualmente es la hortaliza que más se usa. Nueva Zelandia se halla favorecida por una gran ventaja natural, cual es la de que sus habitantes nunca pueden morirse de hambre. En todo el territorio abunda el helecho, y sus raíces, aunque poco apetitosas, son muy nutritivas [1]. Un in-
- ↑ El rasgo más saliente de la vegetación de Nueva Zelandia es la presencia del bosque de follaje perenne, que primitivamente cubrió gran parte del país, y especialmente el área del país pumí-