tiras, que flotan azotadas por el viento y dan a los bosques un aspecto de suciedad y desolación. No puedo concebir contraste más completo, en todos respectos, que entre las selvas de Valdivia o Chiloe y los bosques de Australia.
Al ponerse el Sol pasó junto a nosotros una veintena de negros aborígenes [1], llevando cada uno, según su costumbre, un haz de azagayas y otras armas. Dimos un chelín al jefe, que era un joven, por lo que se detuvieron para mostrar ante nosotros su destreza en arrojar las picas. Todos usaban alguna prenda de vestir, y había varios que hablaban un poco de inglés; sus semblantes reflejaban alegría y satisfacción, distando mucho de parecer seres tan degradados como de ordinario se los presenta. En sus artes son admirables. Pusieron de blanco una gorra a 30 metros de distancia, y la traspasaron con una pica corta, lanzada mediante un bastón especial, con la rapidez de una flecha disparada del arco por un hábil arquero. Dan pruebas de una sagacidad maravillosa para seguir el rastro de animales u hombres, y escuché de sus labios observaciones que indicaban considerable agudeza. Pero se obstinan en no cultivar la tierra ni construir casas, permaneciendo estacionarios, y ni siquiera se toman la molestia de cuidar los rebaños de ovejas que les dan. En general, parecen estar algunos grados sobre los fueguinos en la escala de la civilización.
Es muy curioso advertir en medio de un pueblo civilizado una casta de inofensivos salvajes vagando de un sitio a otro, sin saber dónde pasar la noche y ga-
- ↑ Los aborígenes de Australia, hoy muy reducidos, parecen ser de raza negrito, que de un lado ha dado los aborígenes de Australia y de Tasmania, y de otro los papúes, melanesios y habitantes de las islas Salomón. Es cuestión, sin embargo, no del todo resuelta. Sus analogías con los Vedas de Ceylán—en cuyo caso procederían de la India, en tiempos remotísimos—parecen evidentes.—Nota de la edic. española.