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cap.
darwin: viaje del «beagle»

Antes de llegar aquí, las tres cosas que me interesaban eran el estado social de las clases más elevadas, la condición de los deportados y los atractivos que ofrecía el país a los que pensaran establecerse en él. Por supuesto, después de una visita de tan breve duración, no es mucho lo que puede valer mi juicio; pero tan difícil me parece no formar alguna opinión, como formarla exacta. En general, tanto por lo que oí como por lo que vi, tuve un penoso desengaño por lo que al estado social se refiere. Toda la población está rencorosamente dividida en partidos sobre la mayoría de los asuntos. Muchos de los que, por razón del puesto que ocupan en la sociedad, debían dar ejemplo, llevan una vida tan licenciosa, que las personas respetables se ven precisadas a esquivar su trato. Reina una violenta animadversión entre los hijos de los ricos emancipistas y los colonos libres, complaciéndose los primeros en considerar a los hombres honrados como negociantes defraudadores. Todos los habitantes, pobres o adinerados, no sueñan mas que en adquirir riqueza; ni se habla de otra cosa entre las clases altas que del precio de la lana y de la cría de ovejas. Graves y serios obstáculos se oponen a la conveniente educación de la familia, siendo tal vez el principal el tenerse que valer de criados proscriptos. Hiere los sentimientos de toda persona decente verse servir a la mesa por un hombre que tal vez el día antes fué apaleado por cualquier fechoría de poca importancia. Las criadas, por supuesto, son mucho peor, y de ahí que los niños aprendan las expresiones más soeces, y fortuna será que no adquieran igualmente viles ideas.

Por otra parte, el capital de cualquier persona, sin la menor molestia por su parte, le produce triple interés que en Inglaterra, y con poco cuidado que ponga, se enriquecerá seguramente. Abundan los regalos y comodidades de la vida, si bien cuestan algo más que en la metrópoli; pero la mayoría de los artículos ali-