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de la isla mauricio a inglaterra

recursos navales, todas las costas occidentales de América están abiertas a la libre navegación, y Australia se ha convertido en un nuevo continente que avanza en el camino del progreso. ¡Cuán diferentes son las circunstancias actuales del marino que naufraga en el Pacífico, de lo que eran en tiempo de Cook! Desde el viaje de éste, el mundo civilizado se ha engrandecido con un nuevo hemisferio.

La persona a quien afecte demasiado el mareo, ha de conceder gran importancia a las molestias que ocasiona. Hablo por experiencia: no es un mal pasajero que se cure en una semana. En cambio, si halla placer en las maniobras navales, podrá satisfacer cumplidamente su afición. Una de las cosas que importa tener presentes es que los días pasados en los puertos representan muy poco en comparación de los que transcurren en el mar. Y, ¿a qué se reducen las magnificencias, tan ponderadas, del océano ilimitado? A una monótona extensión sin límites, a un desierto de agua, como le llaman los árabes. Indudablemente hay paisajes marinos deliciosos. Una noche de luna, en que el cielo aparece iluminado y rielante el sombrío mar, mientras hincha las velas el suave soplo del alisio; una calma muerta, en que el mar presenta su superficie lisa y bruñida como un espejo, sin que se perciba otro rumor que algún leve aleteo de la lona, son ejemplos que deben mencionarse. Conviene contemplar alguna vez una borrasca, con sus mensajeros los nubarrones, que entoldan el cielo, y el avance de su furia desatada, o un temporal huracanado, que levanta olas como montañas. Confieso, sin embargo, que el cuadro de una deshecha tempestad, tal como yo me lo había pintado en mi imaginación, era más grande y terrorífico. Es incomparablemente más sublime el espectáculo visto en tierra, donde los árboles cimbreados por el viento, el vuelo aturdido de las aves, las negras masas de nubes surcadas por brillantes culebrinas, y el estruen-