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cap.
darwin: viaje del «beagle»

nunca, el hombre civilizado había posado su planta.

Hay varias otras fuentes de goce en un largo viaje, las cuales son de índole más racional. El mapa del mundo deja de ser una hoja muerta, y se convierte en un cuadro lleno de las más diversas y animadas figuras. Cada parte adquiere sus propias dimensiones: los continentes dejan de ser considerados como islas, y éstas como meras manchas, puesto que en realidad son mayores que muchos reinos de Europa. Africa o Norteamérica y Sudamérica son nombres con los que desde niños estamos familiarizados; pero hasta después de haber navegado varias semanas a lo largo de pequeñas partes de sus costas no se adquiere la convicción plena de las vastas extensiones que esos nombres representan en nuestro inmenso globo.

Considerando el estado presente, es imposible no concebir grandes esperanzas en el progreso futuro de casi todo un hemisferio. Los adelantos alcanzados mediante la predicación del cristianismo en todo el mar del Sur constituyen por sí solos un hecho memorable que vivirá en los fastos de la Historia. Es tanto más notable cuando recordamos que hace solamente sesenta años, Cook, cuyo excelente juicio nadie discute, no acertó a predecir el advenimiento de grandes cambios. Esos cambios, sin embargo, se han efectuado por el filantrópico espíritu de la nación británica. Me refiero a Australia, que en la misma región del Globo se está elevando, o más bien se ha elevado, a la categoría de un gran centro de civilización, que en época no muy lejana imperará sobre todo el hemisferio meridional. Un inglés no puede menos de contemplar esas colonias distantes con alta estima y satisfacción. Enarbolar la bandera británica parece sentar una base infalible de riqueza, prosperidad y civilización.

En conclusión, a mi juicio, nada tan provechoso para un joven naturalista como el viajar por países remotos. En parte estimula y en parte calma las ansias y