la época de mareas vivas y el boscaje cerrado llegaba hasta el borde mismo del agua. En breve nos vimos cercados por un grupo de indios casi puros. Se maravillaron mucho de nuestro arribo, y uno de ellos dijo a otro: «He ahí por qué había visto yo tantos loros últimamente; el «cheucau» (una rica avecilla de pecho rojo, que habita en los matorrales y emite ruidos muy variados) no ha cantado en vano: ¡Alerta!» Se mostraron muy ganosos de negociar. Apenas daban importancia al dinero, y en cambio ansiaban adquirir tabaco. Después de este artículo, el que más estimaban era el añil, siguiendo, por su orden, el pimiento, las ropas usadas y la pólvora de cañón. Esta última la querían para un objeto bien inofensivo, pues cada parroquia tiene su mosquete público, con el que se hacen salvas en la fiesta del santo titular y en otros días solemnes.
La gente se alimenta principalmente de mariscos y patatas. En ciertas estaciones cazan también, en «corrales» o cercas hechas debajo del agua, mucha pesca, que queda presa en esos lugares al bajar la marea. También suelen tener sus aves de corral, ovejas, cabras, cerdos, caballos y vacas; el orden en que se las ha mencionado expresa su respectivo número. Nunca he conocido nada más obsequioso y humilde que las costumbres y trato de estos isleños. Generalmente empezaban diciendo que eran pobres hijos del país y no españoles, y que carecían de tabaco y otros artículos indispensables. En Caylen, que es la isla más meridional, los marineros compraron por un rollo de tabaco de escaso valor dos aves de corral, de una de las cuales dijo el indio que tenía piel entre los dedos, y resultó ser un hermoso pato, y por unos pañuelos de algodón de tres chelines, tres ovejas y una gran ristra de cebollas. La yola había quedado anclada en este sitio, a poca distancia de la playa, y temíamos que no estuviera segura de ladrones durante la noche. En