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cap.
darwin: viaje del «beagle»

vista de ello, nuestro piloto, Mr. Douglas, manifestó a la primera autoridad de la isla que siempre poníamos centinelas con las armas cargadas, y que, no entendiendo el español, si llegaban a ver a cualquier persona en la obscuridad, harían fuego contra ella. El alcalde, con mucha humildad, convino en lo justificado de tal determinación, y nos prometió que nadie saldría de casa durante la noche.

En los cuatro días siguientes continuamos navegando hacia el Sur. Los caracteres generales del país se mantenían los mismos; pero el número de habitantes había disminuido considerablemente. En la gran isla de Tanqui apenas se veía un sitio limpio de arbolado, el cual extendía por todas partes su frondoso ramaje hasta la playa. Un día advertí que en los acantilados de arenisca crecían algunos ejemplares magníficos del Gunnera scabra, planta algo parecida al ruibarbo, en escala gigante. Los naturales comen los tallos, que son algo ácidos, curten el cuello con las raíces, y sacan de ellas, además, un tinte negro. Las hojas son casi circulares y profundamente hendidas en los bordes. Medí una que tenía ¡unos dos metros y medio de diámetro y no menos de siete de circunferencia! El tallo crece algo más de un metro, y cada planta echa cuatro o cinco de esas hojas enormes, presentando un conjunto de majestuoso aspecto.


6 de diciembre.—Llegamos a Caylen, llamado «el fin de la Cristiandad» [1]. Por la mañana nos detuvimos unos cuantos minutos en una casa situada en el punto más septentrional de Laylec, límite extremo de la Cristiandad Sudamericana. La vivienda dicha era una miserable cabaña, a los 43° 10' de latitud, esto es, dos grados más al Sur que el río Negro, en la costa del Atlántico. Estos alejados cristianos eran muy po-


  1. En español en el original.