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cap.
darwin: viaje del «beagle»

turba. Las nuevas hojas se suceden sin cesar, unas tras otras, alrededor de la raíz central; las inferiores se pudren luego, y cuando, como yo hice, se descubre la raíz debajo de la turba, pueden verse las hojas conservando su posición y pasando por todos los estadios de descomposición hasta convertirse en una masa confusa. La Astelia está acompañada de algunas otras plantas—vese aquí y allá un pequeño Myrtus rastrero (M. nummularia) con un tallo leñoso, como nuestro arándano, y una baya dulce—, un Empetrum (E. rubrum), y semejante al nuestro, y un junco (Juncus grandiflorus), que son casi las únicas que crecen en la pantanosa superficie. Estas plantas, si bien guardan estrechísimo parecido con las especies inglesas de los mismos géneros, son diferentes. En las partes más llanas del país interrumpen la superficie turbosa pequeñas charcas situadas a diversas alturas y con apariencia de haber sido excavadas artificialmente. Pequeñas venas de agua que fluyen subterráneas acaban la desorganización de la materia vegetal y consolidan el conjunto.

El clima de las regiones meridionales de América parece particularmente favorable a la formación de la turba. En las islas Falkland está compuesta de toda clase de plantas, y hasta de la áspera hierba que tapiza el suelo: apenas hay sitio alguno que por su especial situación impida el desarrollo de la turba; hay capas que tienen más de tres metros y medio de espesor, y la porción de abajo se endurece tanto al secarse, que con dificultad arde. Aunque todas las plantas contribuyen a la formación de la turba, la principal es la Astelia. Una circunstancia algo singular, por ser tan diferente de lo que ocurre en Europa, es que en ninguna parte se ven musgos que formen, por su composición, parte alguna de la turba en Sudamérica. Con respecto al límite septentrional, en que el clima permite esa especie peculiar de putrefacción lenta, nece-