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cap.
darwin: viaje del «beagle»

qué cambios de nivel deben de haber entrado en juego para esparcir estos animalitos por todo este despedazado archipiélago.

En todas las partes de Chiloe y Chonos se ven dos aves muy extrañas, que son parecidas y reemplazan al turco y tapaculo de Chile Central. A la una la llaman los indígenas «cheucau» (Pteroptochos rubecula); frecuenta los sitios más sombríos y retirados de las selvas húmedas. Unas veces, aunque su canto pueda oírse muy cerca, a no mirar con gran cuidado no se ve el cheucau; otras veces bastará permanecer inmóvil para que el pajarillo se acerque a corta distancia de la manera más familiar. Entonces salta con inquieta rapidez entre la enmarañada urdimbre de cañas y ramaje podrido, con su pequeña cola levantada. El cheucau es objeto de supersticiosos temores para los chilotes, por causa de sus extraños y variados gritos. Hay tres muy distintos: el uno se llama «chiduco», que es de buen agüero; el otro, «huitreu» muy desfavorable, y un tercero, que se me ha olvidado. Dichas voces imitan sus cantos, y por ellos se gobiernan sin vacilar los indígenas en muchas cosas. Realmente los chilotes han elegido para profeta a una de las más cómicas criaturas. Una especie afín, poco algo mayor, lleva el nombre indígena de «guid-guid» (Pteroptochos Tarnii), y los ingleses le han designado con el nombre de pájaro ladrador. Esta última denominación es muy apropiada, pues desafío a cualquiera que le oiga cantar por primera vez a que no le distingue de un perrito ladrando en la selva. Con este ave sucede lo mismo que con el cheucau, es decir, que a veces el observador oye el ladrido a corta distancia, pero en vano se esforzará por descubrir el pájaro, y menos


    las crías. Un hecho de esta índole se requiere para explicar la distribución de pequeños roedores en islas no muy próximas unas a otras.