12 de febrero.—Proseguimos nuestro viaje a caballo por la espesura del bosque; sólo de cuando en cuando encontrábamos algún jinete indio o una reata de hermosos mulos que transportaban tablas de alerce y trigo de las llanuras meridionales. Por la tarde uno de los caballos dió una fuerte caída; nos hallábamos entonces en el viso de una montaña desde la que se gozaba una hermosa vista de los Llanos. El panorama de estas llanuras abiertas era confortante después de llevar tanto tiempo sepultados y presos en la salvaje frondosidad de la selva. La uniformidad de un bosque se hace muy pronto pesadísima. Esta costa occidental me trae el grato recuerdo de las libres e ilimitadas planicies de Patagonia; y, con todo eso, por un verdadero espíritu de contradicción, me es imposible olvidar el sublime silencio de la selva. Los Llanos son las partes del país más fértiles y más densamente pobladas, por lo mismo que poseen la inmensa ventaja de carecer casi de árboles. Antes de salir del bosque atravesamos algunos trozos de pradera llana, rodeados de árboles distantes unos de otros como en los parques ingleses; a menudo he notado con sorpresa, en comarcas onduladas de bosque, la falta de arbolado en las planicies. Por estar el caballo cansado, resolví hacer alto en la Misión de Cudico, para cuyo «padre» tenía una carta de recomendación. Cudico es una región intermedia entre el bosque y los Llanos. Hay bastantes buenas quintanas con manchas de trigo y patatas, propiedad casi todas de indios. Las tribus dependientes de Valdivia son de «reducidos y cristianos» [1]. Los indios más al Norte, cerca de Arauco e Imperial, permanecen aún bravos y no convertidos; pero tratan mucho con los españoles. Me dice el «padre» que a los indios cristianos no les gusta mucho
- ↑ En español en el original.