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el orígen del hombre.

cia, cuán atrevido y temerario es el tratar de definir la especie apoyándose en caracteres inconstantes.

Pero el argumento más poderoso que se puede oponer á la idea de que las razas humanas sean consideradas como especies distintas, es el que cambian una en otra, sin mediar cruzamiento alguno en muchos casos. El hombre ha sido estudiado más cuidadosamente que otro animal alguno, y, con todo, entre los jueces más eminentes media la divergencia más grande que puede imaginarse al tratar de si se le ha de considerar formando una sola especie ó reino, ó dos (Virey); tres (Jacquinot); cuatro (Kant); cinco (Blumembach); seis (Buffon), siete (Hunter); ocho (Agassiz); once (Pikering); quince (Bory Saint-Vincent); diez y seis (Desmoulins); veinte y dos (Morton); sesenta (Crawfurd); ó sesenta y tres, segun Rurke. Esta diversidad de pareceres no prueba que las razas hayan de dejar de considerarse como especies, pero demuestra que están en gradacion contínua, siendo casi imposible descubrir entre ellas rasgos característicos bien determinados.

Todo naturalista que baya tenido la desgracia de emprender la descripcion de un grupo de organismos altamente variables (hablo por experiencia), habrá encontrado casos completamente semejantes al que se presenta el hombre; si tratase de obrar con prudencia acabaria por reunir en una especie única todas las formas que pasan gradualmente de unas á otras, ya que no se consideraria autorizado para dar denominaciones especiales á objetos que no sabe definir. Nótanse casos análogos en el Orden que comprende al hombre, en ciertos géneros de monos; mientras que en otros, como el Cercopiteco, la mayor parte de las especies se pueden determinar con completa certeza. Algunos naturalistas consideran como