el objeto está á demasiada distancia para ser cogido, se encuentran y chocan necesariamente las palmas de las manos; este mismo movimiento, repetido muchas veces consecutivas, produce los aplausos.
Darwin hace observar que ciertos movimientos asociados por el hábito á determinados estados del ánimo pueden reprimirse por la voluntad; cuando así se hace, los músculos sobre los que la voluntad ejerce poca ó ninguna influencia, son los únicos que continúan obrando, siendo entonces sus movimientos expresivos en alto grado. Al sentir una emocion dolorosa se oblicuan las cejas. Hé aquí por qué: cuando el hambre ó el dolor arranca agudos gritos á los niños, el esfuerzo producido por la accion de gritar modifica profundamente la circulación; la sangre se agolpa á la cabeza y á los ojos, y los músculos que rodean á estos se contraen para protegerlos. Esta accion, por efecto de la seleccion natural y de la herencia, ha llegado á ser un hábito instintivo. Llegado á una edad más avanzada, el hombre trata de reprimir en gran parte su disposicion para gritar, se esfuerza en impedir que se contraigan los músculos de corrugacion, pero sólo lo logra respecto á ciertos músculos de la nariz por la contraccion de las fibras centrales del músculo frontal. Precisamente la contraccion del centro de este músculo eleva las extremidades interiores de las cejas, y dá á la fisonomía la expresion característica de la tristeza.
Con frecuencia sucede que un hábito de expresion está enlazado más íntimamente con la idea que nos formamos de un sentimiento, que con este sentimiento mismo; y hasta se manifiesta en casos en que no están presentes los fenómenos ordinarios causados por los objetos de esta idea. Este acto se realiza en nosotros por ejemplo, cuando en el teatro se pone ronco un cantante, instintivamente tosemos como si tratásemos de hacer más clara nuestra propia voz. Cuando esperamos ansiosamente á álguien que tarda en llegar, expresamos nuestra impaciencia pateando rápidamente, como si quisiéramos apresurar el paso del otro.