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cia sobremanera esta confianza, que hablaba mucho en favor de su moralidad, pero poco en favor de sus seducciones.

D. Galo Pando, así era su gracia, no sabia ni griego ni latin; pero sabia otra porcion de cosas de uso mas frecuente; como era jugar á la perfeccion todos los juegos de Sociedad, los nombres de todas las óperas modernas y piezas nuevas, el dia del mes, el santo del dia, las horas en que salia el vapor, y aquellas en que llegaba el correo.

Tenia D. Galo una ilusien extraordinaria por todas las palabras modernas: lamentable y deplorable le sonaban como música de Rossini. El debut y el buffet tenian para él un exquisito perfume de elegancia; en cuanto al séale la tierra ligera, cuando lo veia, se entusiasmaba. Hablaba D. Galo bien de todo el mundo, no por estudio ni afectacion, sino por sentir lo que decia; porque era de la secta de los hombres benévolos, secta que se va perdiendo, extinguiendo,.desapareciendo, sin dejar ni rastro. Ponia á la sociedad en buen lugar, poniendo á los que la formaban á buena luz; respetaba profundamente todas las opiniones, mirándolo todo bajo un bello prisma sui generis, por el que aparecian las rosas sin espinas, y las víboras sin veneno. En suma, era D. Galo una mómia del siglo de oro, resucitada por medio del elixir de vida que inventó Balzac.

Vestia el susodicho, por lo regular, un frac azul claro, con grandes botones dorados; un chaleco blan-