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tado en su cama parecia el picador debajo del caido caballo), cuando, decíamos, D. Galo miraba tristemente este árido y mezquino aparato de solteron, exclamaba: ¡Potro eres!, potro de tormento, cama de hospital, parodia del blando lecho, triste y pobre antítesis del rico y dulce tálamo conyugal!

La necesidad é inclinacion que tenía á gustos y á cariños domésticos, que no podia satisfacer por su propia cuenta, hacia que don Galo se interesase vivamente y casi se identificase con los de sus amigos.

Asi era que llevaba la alta y baja de todas las cosas en casa de aquellos, mediante la gran confianza que por sus atenciones y buenas prendas se le dispensaba en todas partes. Conocia á cada niño, y sufría sus majaderías como Job las de sus amigos; conocia á los criados, y disculpaha sus faltas con los amos.

Como tenía buena memoria, y lo que es mejor que memoria, como ponia una atencion entera y sostenida en las cosas, era en las familias una especie de agenda ó prontuario, al que se acudia para tener datos ciertos de lo que se queria saber; por consiguiente, se veia acribillado á preguntas las mas heterogéneas, á las que contestaba con gusto, con acierto y á satisfaccion del preguntante. Eran las preguntas de este tenor: — L —D. Galo, ¿no fué á los cinco meses cuando echó mi niño los primeros dientes?—Sí, á los cinco meses y seis dias: fué el dia de San Andrés.—D. Galo, já qué hora llega el vapor?—D. Galo, ¿cuándo murió el