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IX
 

Era entónces muy niño y tenia muchas ilusiones; soñaba con la gloria, con los aplausos, con los laureles, y entreveia en lontananza un porvenir de rosas. Sus dulces sueños se trocaron en horribles pesadillas; en la corona de sus ilusiones no quedó ni una flor, ni siquiera una hoja! Convencido de que no tenia medio alguno de realizar su única y ardiente esperanza, desalentado y sin ver delante de sí mas que negras y apiñadas nubes, que no traspasaba el mas ligero rayo del sol, acaso la enfermedad de su espíritu que empezaba á pasar á su cuerpo, iba á poner fin á sus dias. Recuerda que un médico muy sábio y muy su amigo le dijo por entonces: «Luis, la ciencia no puede nada contra la enfermedad que acaba con tu vida. Hay un remedio, sin embargo, que está fuera de tu dominio: que te hagan una comedia.» Un arbolillo sin hojas y sin raices no puede vivir mucho tiempo: un niño sin ilusion es un pobre arbolito sin raices y sin hojas.

Por este tiempo cayó en manos del autor de estas líneas la Clemencia de Fernan Caballero. Extasiado con aquel cuadro encantador, admirado