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XVI
 

españolas el paso está dado, y la novela original existe. Y existe con vida propia, sin falsas galas extranjeras, pura y naciente, fresca y lozana como una rosa, que al abrirse, da su primer perfume á la brisa de la madrugada.

Larra, Espronceda, cuanto de noble y grande tenia nuestra juventud literaria hace algunos años, se lanzaron con ardor á esta empresa nacional, creando la novela histórica española. ¡Ay! pronto fueron eclipsados los modestos rayos de esta luz naciente por los vivos reflejos de la inmensa hoguera que ardía en Francia.

Hugo, Dumas y Sué, unos merced á su indisputable mérito y al de las excelentes traducciones que de sus obras se hicieron, otros solo porque halagaban las pasiones del instante, hallaron un lugar en todas las bibliotecas; y la pobre novela española, volvió á ser relegada al olvido, hasta que la brillante acogida que se ha dispensado á Doña Blanca de Navarra, El Cid Campeador, La Campana de Huesca, La dama del Conde—Duque, y otras, ha venido á sacarla de la oscuridad en que yacía.