Página:Clemencia, novela de custumbres (1862).pdf/227

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 183 —

su oratorio, mas oculto que el oro en el centro de la tierra.

—Schor, contestó Clemencia, sabeis que no quiere Madre que nadie entre.

—Anda, anda, que yo te lo mando.

—Por Dios, señor!.....

—¿Qué gran misterio puede acaso ocultar? ¡vea usted!

—Sea el que fuére, debemos respetarlo.

—Oiga! Debemos! Mira, María Sentencias, haz lo que mando, y vé.

—No me lo mandais, nó, —¿Qué nó? ¿Hablo, estranjis? ¡Te lo mando, caracoles!

—No puede ser.

—¿Y por qué no, malva—terquilla?

—Porque no me querreis dar una gran pesadumbre.

—¿Cuál? ¿la de ir á meter las narices en el oratorio de la señora?

—Eso no, porque no iria; sino la de desobedeceros, Padre.

En este momento entró Dona Brígida, que volvia en busca de su llave que habia echado de ménos.

D. Martin se apresuró á contarle lo que habia pasado culpando á su malva—terquilla.

—Hizo lo que debia, Martin, le dijo la grave senora; la voluntad ajena y el sello se deben respetar siempre. Para premiar la consideracion que me has