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tenido, añadió dirigiéndose á Clemencia, te autorizo á que entres en mi oratorio.

Alargóle la llave, que tomó Clemencia, encaminándose tan luego hácia el oratorio, que se hallaba en el cuerpo alto.

Estaba este oscuro, y solo. alumbrado por la débil luz de una lámpara. Sobre el altar habia una imágen de la Virgen de los Dolores. Más abajo, á sus piés, sobre un pedestal de mármol blanco, estaba una calavera; en el zócalo del pedestal se leia en letras negras este letrero: LO QUE ERES, FUI; LO QUE SOY, SERAS!

Clemencia salió tétricamente impresionada.

—Tio, dijo al Abad cuando estuvierou solos, despues de referirle lo que habia visto, allí encerrada pasa Madre horas enteras, ¿no es esto una idéa extrana é hipocondriaca? ¿Ha de enlutarse la vida con tales espectáculos.

—En el órden espiritual, hija mia, contestó el Abad, cada individuo busca la senda que le conviene y se adapta á su índole; la austeridad tiene la que le es propia; la alegre mansedumbre tiene la suya.

Guárdese esta de no mirar con respeto á aquella, y aquella de menospreciar la otra, y considere la azucena, que si es más blanca su túnica y más dulce su fragancia, es la negra cúspide del austero ciprés más fuerte y más elevada.