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y.

—Pues ¿no habia de venir, señor, á ver á mi senorita de mi corazon, que la quiero como si la hubiese parido, que es tan modosita con los pobres de Dios á la que en su vida se le oye ni un mal haya? ¡no como otros ricos que son más ásperos que aceitunas de acebuche!—Y vengo tambien, Señor D. Martin, para que me dé su mercé un poquito de pan y de vino, para ponerme un reparito en el estógamo, pues con la alegría me se ha escompuesto.

—¿Que se le ha desco opuesto á Vd. el estómago con la alegría? ¡Por vida del demonio malo! Pues para contrapeso, lo mejor es darle á Vd. una pesadumbre, y verá Vd. cómo entra en caja. ¡Habráse visto tal fanganina!

— —Pues sí, señor D. Martin, que lo mesmo es una alegría que un pesar para estrépito del cuerpo.

—No es sino que es Vd. mas pedigüeña que un demandante, y nada le basta; el dinero que se le dá, es como un puñado de moscas en un cerro en dia de levante; siempre está Vd. hecha la esencia de la necesidad; nada le luce.

—¿Cómo me ha de lucir, Señor? ningun perro lamiendo engorda; el pan que me dá hoy su mercé, ¿acaso me ha de apaciguar el hambre de mañana?

¡Ay, Señor D. Martin, el hambre tiene cara de hereje!

—Se parecerá á Vd. En honra de la salvacion de mi hija, y en gloria de la guapeza de mi sobrino, habia pensado darle á Vd. un duro, dijo D. Martin, dándole una peseta.