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Y los diez y seis reales que faltan, Señor Don Martin? Esos me los deberá su mercé, dijo con alegre ansia la vieja.

—Pidaselos Vd. á la gran insolente de su lengua que se los ha robado, pues en poniéndose á charlar, no hay respetos que no atropelle: ¿está Vd. enterada, tia raspagona? dijo D. Martin volviéndole la espalda, y sepa que de la mano á la boca se pierde la sopa.

—¡Vayal por poco se ha incomodado su mercé, murmuró la tia Latrana al irse; pues al Santo que está enojado, con no rezarle está pagado.