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canzan. Así era que seguia ejercitando en él su facundía, benévolamente denigrativa; era este un desahogo natural en D. Martin, de que todos eran víctimas, menos su mujer, su hermano y su Malvarosa.

Pero con quienes esto subia á su apogéo, era con las viejas pordioseras, las que tenian á D. Martin constantemente sitiado. Habíalas entre estas sumamente insolentes, y los coloquios entre ellas y D. Martin, eran seguramente dignos de haber sido recogidos por un taquígrafo.

Figuraba entre las primeras una tia Latrana que ya conocemos, á quien D. Martin no podia sufrir por lo osada, exigente y desagradecida; lo que no impedia el que siempre la estuviese socorriendo. Llamabala D. Martin la baratera de las viejas de Villa—María.

Era este femenino Cid, chica, delgada por naturaleza, y enjuta á un tiempo por su mal génio y por los años. Tenia los ojos tiernos, pero la mirada arrogante; su boca se habia sumido como para hacer más notable la prominencia ds su picuda nariz, que era de aquellas de que se suele decir que pueden servir para sacar espinas.

Databa la ojeriza que la tenia D. Martin, de una ocasion en que un sobrino de ella, que era un calavera de lugar, muy listo, muy despierto, vicioso y pendenciero, habiendo caido soldado, habia venido su tia á empeñarse con D. Martin para que lo libertase; en cuya ocasion tuvieron el siguiente diálogo: