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—Señor, dijo la tia Latrana, haciendo las más espantosas muecas y dando los más furibundos soponcios, á mi Bernardo le ha tocado la suerte.

—Que manden repicar, contestó D. Martin.

Señor, no sea su mercé asina, y tenga compasion de su prójimo. Me envia aquí el alma mia á decirle á su mercé que le dé los dineros para pagar un préfulo; mas que sean prestados; que él se los pagará á su mercé con puntualidad en cuantito saque la lotería.

—¡Miren la hipoteca! Vaya con el mostrenco ese, que es como los plateros, que barren para adentro!

de casta le viene al galgo el ser enjuto y rabilargó. ¡Vea Vd., prestados! Todavía me está Vd. debiendo el di—nero que me pidió para sembrar el habar; ¿y ha sonado Vd. acaso en pagármelo?

.' —Señor, el que no tiene, ni paga ni niega.

—¡Hola!

—¡Pues si es verdad, señor!..... al que no tiene, el Rey lo hace libre.

—Pues en cambio, al que no tiene, le hace el Rey soldado; ainda mais, su sobrino de Vd. no tiene oficio ni beneficio; es un vago, no es del campo ni del lugar, á esos flojonazos costillones, que se pasan la vida sosteniendo las esquinas, les viene la casaca como el aceite á las espinacas.

—¡Flojonazo mi Bernardo! ¡Señor! Pues si es más vivo y más dispuesto que un ajo.

—Sí, sí; señor Corrin, que corriendo vá, que siempre corriendo, y nunca hace ná.