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—Señor, no se chancée su mercé; sino vea de libertármele, como hizo con el hijo del tio Gil.

—¡Yo libertar á ese arrapiezo! ¡En eso estaba pené sando! ¿Y va Vd. á sacar á Gil, que es criado honrado de la casa desde que Adan pecó? Pues dígole á Vd!!...

Bastante me cuesta Vd. ya con cada enfermedad quie le costéo, que canta el misterio.

— —Señor, por eso no se apure su mercé, que ahora estoy tan buenecita y tan gordita.....

—¡Gorda, síl Parece Vd. el espíritu de la glotura.

—Señor D. Martin, considere su mercé que mi sobrino, el probecito, está malito de la desazon.

— Mejor; que hijo malo, más vale doliente que sano.

—Señor, á borrica arrodillada no le doble Vd. la carga. Crea su mercé que mi niño tiene el pecho desgarradito de suspirar y en la carita surcos de llorar.

—No me venga Vd. con aleluyas. ¡Ya!.... el burro que no está hecho á albarda muerde la atafarra.

—Señor, su mercé que es tan buen cristiano, tan caritativo.... que es el paño de lágrimas de los desdichados.....

—No me venga Vd. con gatatumbas.

—El hijo de mi alma, no tiene chichas para el servicio del Rey; es endeblito.

—¡Endeblito! ¡Por via de şanes! Y tiene un rejo • como un toro.

—¡Si lo viera su mercé! ¡Está tan escuchumisado, tan flaquito!

—Sí, sí; lo que está es rajado de gordo.