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m mas quieres, Malva—rosita? ¿Acaso otro verso suelto como mi hijo?

—No quiero más que daros gusto, Padre, contestó Clemencia, —Mi gusto es lo que te conviene, gachona: asi, queriendo mi gusto, quieres tu bienestar.

Fuése poco despues Clemencia á su cuarto, donde se puso á llorar amargamente entre sus flores y sus pájaros. Pensó en confiarse á su Tio; pero se detuvo considerando que aquel excelente hombre querria impedir un enlace que ella repugnaba, y que eso disgustaria á su padre.

D. Martin estuvo tan campechano y dichero como siempre durante la comida, en la que apareció Clemencia pálida y con los ojos caidos, de haber llorado; pero nadie lo notó, excepto Pablo, que se decia dejando intactos los platos que le servian: —¡Ella llorar! ¿qué tendrá?... Dios mio, ¿la habrán afligido?

No se atrevió a preguntárselo, ni Clemencia advirtió que Pablo hubiese notado su mutacion; pues abstraida, ni una vez fijó en él su vista.

Todo esto pasó por alto á D. Martin. Los egoistas son malos observadores. Y D. Martin, además de tener esta circunstancia, era de la falange de los que se obstinan en que al son de su música se baile, Cuando estaba de mal talante, cosa que muy rara ver sucedia, y nunca sin causa (en vista de una pre ciosa calidad peculiar á los españoles, la que no se Y