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—Sí, sí, fíate y no corras; de contado come el lobo y anda gordo. Además, no quiero gentes de Villamartin.

— —¿Por qué, señor?

—Porque son todos unos zoquetes, unos cuacos.

—Esa es una preocupacion vulgar, señor.

—¡Miren qué palabras tan relamidas! Tus letradurías me huelen á discurso ó arenga; te se va poniendo la boca tan repulida, que estoy para mí, que dentro de nada vas á fumar caramelos en lugar de tabaco. ¡Pues qué! ¿no sabes lo que les pasó á los de Villamartin en una ocasion en que dispusieron unas corridas de toros de respeto, como Dios manda, con sus picadores, sus espadas y su cuadrilla de banderilleros? Lo malo fué que no tenian mas que un caballo, que era una sardina. Mal que bien pasó la primera funcion; pero á la otra tarde se arremolinó la gente, y se amotinó pidiendo á voces otro jaco, porque no querian que montasen los picadores en el esqueleto de la tarde anterior. ¿Qué hace el encargado? Anuncia que saldrá un buen caballo tordo; y al jaco, que era negro, cogió un cubo de cal y lo encaló, con lo cual todos quedaron tan contentos y satisfechos, y los chalanes dijeron que el caballo tordo valia sus veinte doblones más que el negro.—Juana prosiguió sin pararse D. Martin, dile á la guisandera que esos conejos dan en la nariz, que es mal camino para la boca. Estos descuidos son porque tiene novio; dile que lo sé, y que á dos amos