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Dios, la férula en la mano contra el interés; el redicho de Pablo, que es su monaguillo, dice lo propio; Malva—rosa, que es tan niña como si hubiese nacido ayer, y no piensa sino en sus flores, canta lo mismo; y ahora dices tú lo propio. Oye, ¿si seré yo interesado sin saberlo?

—No, Martin, no lo eres; pero quieres que otros lo sean. Déjate de intervenir en vidas agenas, y acuérdate que casamiento y mortaja, del cielo baja.

—Si por tí fuera, mujer, repuso D. Martin, habian de andar los coches sin cocheros y los barcos sin pilotos.

—Mal dices, Martin; pues cada cual tiene en sí su piloto, que es su conciencia.

—Esas son teologías, mujer. ¡Mire Vd..... conciencias! Eso es como si trajeses al sol para quemar un mosquito; ello es que: Lo de mi casamiento Parece cuento; Mientras más se trata, Más se desbarata.

Y nadie sabe lo que lo siento, pues es todo mi deseo.

—Pues, Martin, no insistas, ni quieras quebrar voluntades; desiste, y el hueso que te cupo en parle, róelo con sutil arte.

—Señor, dijo entrándose de repente la Tia Latra—na, vengo de ver el cebadal de su mercé. ¡Qué her