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moso estál No parece sino que lo han regado con agua bendita. Ya se va encerando; cada espiga tiene un jeme; me dolia la boca de dar gracias & Dios; hasta Heré!... Venia tan contenta, que ni un perro harto de carne.

—Vamos presto; ¿qué me viene Vd. á pedir? dijo D. Martin.

—¡Ay señor! vougo de muy lejos.

—¿Qué bien estaba Vd. allí! Mire Vd. que el mucho andar tras el pace andar.

—Setar, la necesidad hace á la vieja trotar.

—¿Y para qué trota Vd. tanto, Vd. que parece andando un lore viejo, y á la que puede caer la sombra de un coche?

—Porque mi sobrina está de parto.

—Vaya Vd. por la comadre, que es lo derecho.

—¡Ya!... pero senor, es preciso ponerle un pucherito, y cristianar ese Morito que se entra por la puerta sin que lo llamen.

—Diga Vd. al Cura que yo salgo á todo, y Andrea que dé á Vd. garbanzos y tocino para los pucheros, y aléjese tan presurosa como ha venido.

—La mitad será para mí; que más cerca están mis dientes que mis parientes. ¡Si viera su mercé qué mala está mi hacecilla de cebada! No tiene espigas, sino espigorrilles.

—¡Cómo puede ser eso, cuando el año vá, que no parace sino que tienen los labradores en la mano al 80 y á las nubes!