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mirar, no solo la mitad de cuanto poseia, sino el todo; el ocultarlo en mí, á quien se lo dijo, sería faltar á la honradez.

1 —Es que no hubiera podido hacerlo aunque hubiese querido, dijo con su serena voz Doňa Brigida, que queria muncho á Pablo, y ante todo lo justo.

—Pensó en sacar cédula Real, repuso éste.

—Eso lo diría, intervino el Abad, en uno de esos bruscos arranques, que tenia mi hermano (en paz descanse) que eran siempre truenos ain rayos.

—Y esto lo confirma el que, si tal era su intencion, lo hubiese llevado á cabo, añadió Clemencia.

—Lo que creo justo, dijo Pablo, y el único medio de que ni tu delicadeza ni la mia padezcan, es que partamos como hermanos, Clemencia.

—Pero, Pablo, ¿por qué quieres que te agradezca, un beneficio que no necesito, ni puedo aceptar?

—No es beneficio; pero caso que lo fuese, ¿te pesa la gratitud, Clemencia?

—Segun sea el beneficio que la motive, Pablo.

Nunca me ha pesado la que tengo por la vida que te debo.

—Eres sutil, Clemencia, y me contestas con la metafísica de una delicadeza fria, propia entre extraños, cuando yo te hablo con la buena fé del corazon, como á una hermana.

—A ambos os comprendo y á ambos apruebo, intervino el Abad; pues cuanto decís es hijo de un