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V 68 convento: con la viudedad que me señala la ley, me sobra, y aun podré, lo que haré gustosa, partir contigo, hija mia.

Clemencia se echó llorando de gratitud en los brazos de su suegra; es decir, de gratitud por la bondad y cariño que le demostraba, no por el beneficio.

En general, la juventud, y sobre todo la femenina, no concibe la necesidad; para ella no hay desierto ni maná.

—No es necesaria á Clemencia tu generosa oferta, hermana, dijo el Abad. Clemencia, la hija de adopcion de mi alma, se quedará conmigo, si quiere compartir la monótona y sosegada vida de un pobre anciano; por mi muerte, cuanto poseo es de ella; mi testamento está ya hecho.

—¡Oh Tio! exclamó Clemencia; si despues de la cruel separacion de mis Padres tuviese que sufrir la vuestra, ¿qué sería de mí?

Pablo se habia quedado tan confundido al verse, despues de la completa desheredacion que le habia anunciado su Tio, dueño de todo, que no atinaba qué hacer, ni qué decir, y quedaba completamente extraño al precedente coloquio.

Por fin más repuesto, y venciendo su timidez, dijo dirigiéndose al Abad: —Soy testigo, y testigo que no puede recusarse siendo yo el interesado, y por lo tanto el solo que á combatirlo tuviese derecho,—de que mi Tio pensó dejar á Clemencia, su hija, por quien quiso y debió