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no, decaido mucho. El varon eminente sentia acercarse su fin como los verdaderos justificados, sin ansiarlo ni temerlo. Muchas veces miraba á su amada Clemencia con pena é inquietud, viendo que sobre ella habian pasado los años, haciéndola al exterior una hermosa mujer, pero habiéndola dejado moralmente la nina inocente, sincera é inesperimentada que era á los diez y seis años, cuando casi al salir del convento habia llegado alli. ¿Qué resultará, decia, de la amalgama de ideas tan sólidas y determinadas con sentimientos tan virgenes y frescos, tan candorosos y sencillos? ¿Cuáles vencerán, si lucha hubiese? Estas reflexiones le llenaban de temores, y fué el resultado de estos, que vino á sentir, aunque por causas diversas y más elevadas, los mismos deseos que su hermano habia tenido ántes de morir, de dejar unidos á Pablo y Clemencia. Así fué que, una noche en que se hallaba indispuesto, y Clemencia liada en un abrigado pañolon, despues de haber cubierto la lamparilla con un cristal bruñido, y cerrado con cuidado todas las puertas y ventanas para que no penetrase el aire frio y húmedo de la noche, se habia sentado en una butaca á su cabecera para velar, le dijo al verla tan tranquila y agena del golpe que la esperaba, porque nadie confía mas en la vida de los enfermos que aquellos que más los aman: — Hija mia, creo que Dios me avisa con estos males repetidos, que pronto compareceré en su presencia.