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esfuerzo, sin gazmoñería y sin estudio, seguia siempre en cuanto hacía y decía la senda recta, le arrastraban á deponer ese modo de ser artificial que se vuelve á veces una segunda naturaleza en las gentes del gran mundo anglo—franco. Habia sentido y aprendido el imponderable encanto peculiar al trato español, la confianza, esa hija de la naturalidad y de la sinceridad: así era que al lado de Clemencia cuando estaban solos, se sentia Sir George con delicia, jóven, alegre y casi niño; reia con ella con una risa sincera é inocente, desconocida mucho tiempo habia á sus lábios; era casi sencillo y cariñoso; descendia con placer á los más pequeños detalles de la vida de Clemencia; conocia á su Tio, á su Padre, á VillaMaría, á sus flores, á sus pájaros.

— —¡Oh! solia decirle, sois delicada por naturaleza, poeta instintivamente, y culta espontáneamente: ¿qué Hada os hizo, al nacer, lo que sois?

—Yo no soy nada, Sir George, respondia con su incontestable sinceridad Clemencia; mas puedo decir con el poeta de Oriente: No soy la vido á su ladohe virosa, pero Era entonces él amable cual pocos; su conversacion, llena de entendimiento y de chistes, arrastraba tras sí; seduciendo sobre todo á las personas de talento é ilustradas; porque, como ha dicho tan bien el ilustre literato Pastor Diaz, el talento subyuga con más fuerza al talento que á la ignorancia. Tambien subyugaba á Clemencia la alta esfera en que se mo-