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—Si viniéseis yo sería vuestro Cicerone, y os proporcionaria ver cuantas bellezas y riquezas tiene la córte, que son de un mérito tal, que se lo envidian vuestra soberbia Londres y el brillante París.

—Señora, ha mucho tiempo que está extinguido en mí todo género de curiosidad. Clemencia, prosiguió dirigiéndose á ésta, ¿nunca habeis estado en Madrid?

1 —No señor, contestó esta.

—Oh! exclamó entusiasmado D. Galo, que, como sabemos, era madrileño, es preciso que Clemencita vea á Madrid.

—Sí, sí, D. Galo, es preciso hacer que vaya, dijo Sir George; pediréis licencia, y acompañarémos á la señora en este viaje.

—¡Me place! exclamó Alegría riendo y fingiendo lo mejor del mundo benignidad y buena fé: ¿con que rehusais lo que os brindo, y le ofreceis eso mismo á mi prima?

—Marquesa, lo he hecho, porque siendo sola la señora, podrian quizá serle útiles mis servicios.

—Clemencia, estais triste ó preocupada, dijo por tercera vez D. Galo con inquietnd: ¿le duele á Vd. la cabeza?

—No señor, contestó Clemencia sonriendo, si hablo menos que otras noches, es porque escucho más; no hay otra causa.

Sir George, primero que ninguno, y mucho ántes que lo tenia de costumbre, se retiró por conocer