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cuán penosa era la situacion de Clemencia, pues el hombre refinado en cosas de mundo Y de delicadeza, aun cuando no ame con pasion, sabe con fino tacto hacer cuanto es grato y lisonjea á la mujer á quien pretende agradar; puesto que la delicadeza, aun la adquirida en la esfera aristocrática del trato, tiene sutilezas tan exquisitas y tan dulces, que pueden equivocarse con las emanaciones del corazon, como un bien pulido cristal con un brillante.

Clemencia sintió al ausentarse Sir George, un profundo sentimiento de bienestar y de gratitud hácia él, así como lo habia previsto éste al irse.

Apenas se fueron las personas que acompañaban á Clemencia y ésta se halló sola, cuando vió entrar á Sir George.

Clemencia lanzó un sofocado grito de sorpresa.

—¡Oh! ¡no me riñais! exclamó arrodillándose á sus piés Sir George; perdonad, perdonad. No he salido de vuestra casa; aburrido, fastidiado de esa mujer, que cual una pesada nube ante el sol, se interponia entre vos y yo, me alejé, entré en la galería que precede á los estrados, y allí pensando en vos, Clemencia, solo y sin importunos he aguardado este momento para desearos sin testigos una noche tranquila.

Nadie me ha visto, no temais.

— —Es, repuso Clemencia agitada, que no se trata de si os han visto ó no os han visto, sino de lo que habeis hecho: os habeis escondido.....

—¡Oh! ¡no, Clemencia, no! no deis mal nombre á