—Ni yo exigencias despóticas, contestó en tono firme Clemencia.
—Creo que despues de lo que acaba de mediar entre nosotros, señora, tengo derecho á ser exigente.
—Nada ha mediado entre nosotros que os autorice á hacerme salir de mi carácter y de mi línea de conducta.
—¿Me rechazais?
—Vos sois el que se aleja; no os rechazo yo.
En este instante saludaba el Vizconde á Clemencia.
—Mandais algo para Cádiz? dijo Sir George con la más dulce y la más fina de sus sonrisas, al coger su sombrero.
La pobre Clemencia, que no sabia disimular, palideció y sintió un dolor tan agudo en su corazon, que dijo en voz que se esforzaba en hacer firme: —¿Os vais?
—Sí señora, me precisaorgel dijo Clemencia procu—¡Buen aje, Sir rando sonreir. ¿Volvereis pronto?
—No depende de mí, señora.
Y saludando á Clemencia con frialdad, y al Vizconde con altivez salió.