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que en ella no me hallaria bien. Y aunque os parezca imposible, no es menos cierto que solo simpatizo con una vida quieta y tranquila, que prefiero más que la agitada, donde goce de la amistad, que prefiero á la admiracion; de la paz que prefiero al ruido; de la naturaleza que prefiero al tropel del mundo.

— —Preferiríais quizá, dijo con celoso despecho Sir George, el ir á filer le perfait amour, y á regar las flores de lis de la fidelidad con el Vizconde en su castillo de Belmont?

—Os he dicho que no, Sir George, y quien duda de mi veracidad, dudará de todas mis demás virtudes.

En este momento se oyó llamar de un modo peculiar que ambos reconocieron por el del Vizconde.

—Ese hombre, exclamó exasperado Sir George, se ha propuesto trastornar mis planes y hacerme imposible estar solo con vos; es preciso, Clemencia, que de una manera decisiva le demostreis que es importuna su presencia á vos como á mí. Negáos.

—¡Imposible! ¿Desbarrais?

—Escoged entre él y yo, dijo dando rienda suelta á todo su áspero orgullo inglés Sir George.

CLEMENCIA.

—Ya he elegido, Sir George, como lo hacen las señoras, sin escandalosas y ridículas exterioridades.

Los pasos del Vizconde se oyeron en la antesala.

—Clemencia, dijo acerbamente Sir George, yo no sufro rivales.

TOMO II. 14