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empalagase á la larga, y no trajese en pos de sí la sujecion, los celos y las exigencias, ¡qué bella cosa sería!

— Sir George corrió á casa de Clemencia, y recibió por respuesta que la señora no recibia, por estar indispuesta. Esto le contrarió, pero reflexionando pensó que le era quizás favorable, y que convenia dejar pasar el primer ímpetu de indignacion.

A prima noche, á su hora acostumbrada, volvió y recibió la misma respuesta.

Sir George sintió dos grandes contrariedades, la una la de no ver á Clemencia y la otra de no saber á que parte ir á pasar la noche donde no se aburriese; se volvió a su casa, se puso á leer los papeles ingleses, y se quedó dormido.

A la mañana siguiente recibió la carta de Clemencia.

—¡Por fin! exclamó, el hielo se deshace.

Despues de leida, Sir George se quedó por mucho tiempo completamente parado y aturdido. La carta no traia una queja, ni una lágrima, ni un epiteto agrio.

—¡No comprendo! dijo. ¡Cosas de España! Le habrá puesto la carta su director.

Sir George no podia parar; montó á caballo para hacer hora.

A las dos fué á casa de Clemencia; la señora habia salido.

Sir George no pudo disimular su despecho, y