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—¿Y con qué objeto quieres oirla?

—Con el objeto, caso de que sea afirmativa, de que me dé pié y ánimo para decirte, Pablo, que aprecio tu amor, lo merezco, lo admito y le correspondo.

—¿A qué debo atribuir este cambio? exclamó Pablo, cuya voz temblaba de emocion. ¿Es ironía ¿Es despecho?

...

—No, Pablo, no; es profundo aprecio, íntimo cariño; y la conviccion de que tú y solo tú eres el hombre á cuyo lado pue lo hallar la felicidad, segun yo la entiendo.

— —¿Has amado á otro, Clemencia, y juzgas acaso así mis sentimientos por comparacion?

Así es, no lo niego; con la misma sinceridad y verdad con que esto te confieso, añado que el amor del hombre que amé no lo desprecio, pero lo desdeno; su persona no la ólio, pero me es indiferente.

Mi amor, pues, dejó de existir como estrella de la noche que apagó el dia; pues no creas, Pablo, que en mí sea el amor una llama que encienden y atizan ciegas pasiones, no; es un fuego santo que solo sostiene y alimenta lo bueno y lo bello, como en el culto griego al fuego sacro solo alimentaban las puras vestales. Es esto en mi instintivo, á la par que razonado y previsor; y es además una conviccion que ha madurado á la vez mi experiencia y la santa autori dad de nuestro Tio, la que cual el sol alumbra aun al través de las nubes. No creo necesario añadir,