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Pablo, que cuando me ofrezco por tu compañera á lí que honro y venero, me ofrezco pura, como debe serlo la que tú llames tu consorte.

— Te he dicho la verdad, así como te hubiera descubierto una falta, si tuviera la amarga desgracia de que sobre mi conciencia pesára, confiada en que me la habrias perdonado, pues como decia nuestro sábio Mentor: la virtud sin clemencia, es orgullo. Entre los dos, Pablo, no debe haber nada oculto, ni lo habrá nunca: un misterio seria entre ambos una profanacion de nuestra dulce confianza, una empañadura en la pureza de nuestro amor, y una pared de cristal frio y duro, que aunque invisible nos separaria. He sufrido, Pablo! este es todo mi secreto.

—¡Oh! exclamó Pablo. En mala hora, pues, te viniste y me dejaste.

—En buena hora, Pablo, en buena hora; pues solo así he sabido apreciar y comprender cuánto vale á tu lado la verdadera felicidad, y sobreponer ésta á todas las demás. Solo así he podido comparar el vacío, lo corrompido, lo exausto, lo seco y lo acerbo de esas naturalezas que una gran cultura cubre con un barniz tan delicado, que seduce á los inexpertos como yo, y á veces es preferido al mérito real por los que no saben apreciar lo beilo de la humana naturaleza. He podido comparar este barniz con la verdadera nobleza de alma, con el puro é inmaculado sentir de un corazon sano, con la rectitud de un entendimiento no contaminado con los vicios de la sociedad, con un carácter