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—Eso no quita, santo varon, contestó Lolita, que sepa mucho Clemencia Ponce, y haya dado una prueba de ello casándose con ese ricacho, que procurará aumentar las rentas pasando la mayor parte del tiempo en el pueblo, mientras que ella se las gaste aquí en toda libertad.

—No es Clemencia gastadora por cierto, repuso Don Galo.

—¡Yal sino tenia lo bastante para ello, ¿cómo habia de serlo? dijo la Tijera; su suegro no tuvo por conveniente dejarle nada, ni aun viudedad; así es, que solo tenia lo que le dejó el tio Abad.

—Que era muy mucho, repuso D. Galo.

—Y además una gran viudedad que le senalo, si no el suegro, el heredero de la casa.

— —Por lo visto, pensaba que la disfrutase poco tiempo, dijo otra señora.

—Viudedad que nunca consintió en admitir; me consta; lo sé por su Tia, observó D. Galo.

—Eso fué sembrar para recoger, repuso otra de las matronas.

—¡Una buena cosechal cxclamó soltando una carcajada Lolita.

¡Tales son los juicios y fallos del mundo! ésta es la inconcebible y malévola ligereza con que se juzga á las personas, se califican los hechos y se les suponen móviles; ésta la infame falta de conciencia, de rectitud y de justicia, con que se pretende formar la cosa más preciosa que tiene el hombre, su reputacion! Se