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Don Galo hizo una pausa.

—¿Y bien... qué favor? preguntó bruscamente Sir George, que queria abreviar la conferencia.

—Que no se lo diga Vd.

—Oh! cuente Vd. con mi discrecion, señor Don Galo, repuso Sir George, que habia vuelto á ser dueno de sí, y tenia ya en sus lábios su habitual sonrisa fria como una flor de mármol; ahora yo pediré á Vdtambien otro favor.

— —No tiene Vd. sino mandar: ¿cuál es?

—Que se vaya Vd.

Don Galo que no concebia la impertinencia de la aristocracia inglesa, se quedó mirando á Sir George con los ojos tamaños, y estuvo por sacar el lente.

Sir George se habia quedado impasible; solo que cada vez la sonrisa que cubria la tempestad de su ánimo era más glacial.

—Decididamente, pensó D. Galo, está malo este pobre hombre, y por eso quiere estar solo; me parece que un par de sangrías...

—Señor D. Jorge, dijo en voz alta, me parece que su semblante está un poco arrebatado; bien veo que no está Vd. en caja; este pais combate mucho la sangre, sobre todo al acercarse la primavera. ¿Tiene Vd. dolor de cabeza? Creo que una pequeña evacuacion y unos vasos de malvavisco (en latin altea) harian á Vd. mucho bien.

Lo que D. Galo decia de la mejor fé del mundo,: