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Don Galo se sonrió con la chuscada que acostumbraba, aun cuando lo que decia fuése lo que se llama, nada entre dos platos —Vaya, diga Vd., D. Galo; dijo Clemencia, á quién la respuesta de D. Galo inquietaba.

—Clemencia, solo á Vd. y en confiar za lo digo.

—Sabe Vd. que soy callada, D. Galo.

—Sí, sí, por eso se lo diré. Fuí, pues, allá está mañana; un paso de atencion.

—Ciertamente. ¿Y bien?

—Pues sabrá Vd. que D. Jorge estaba....

Don Galo abrió la mano y apoyó su dedo pulgar en sus labios, guinó un ojo, se sonrió en grande y añadió: Ya me entiende Vd.

—No entiendo, repuso Clemencia..

—Pues nuestro inglés estaba..... dijo D. Galo, y acercándose á Clemencia, añadió: ébrio!

—¡Ebrio! exclamó esta asombrada.

—Como una cuba, repuso D. Galo.

Don Galo refirió con todos sus pormeneres la referida escena á Clemencia, y esta lo comprendió todo: no era mujer bastante vulgar para gozarse en el despecho de Sir George, pero sí bastante delicada para que le chocasen los insolentes y acerbos procedimientos con que habia insultado al hombre más benévolo é inofensivo, y que era además amigo de ella.

Así fué que aun esta escena contribuyó á hacerle conocer todo lo áspero y duro de aquella naturaleza que la inteligencia habia podido elevar, la exquisita