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sociedad pulir, pero á la que nada habia podido dar un corazon, sin el cual son todos los demás dotes, bellas vestiduras, resplandecientes coronas que encubren un esqueleto.

Durante esta conversacion, Sir George, que se habia quedado solo, se paseaba por su cuarto en un estado de cólera y exasperacion el más violento, y se decia: —Joué! burlado!.... ¡como un pollito! ¿Y por quién? ¡por una mujer que ha pasado la mitad de su vida en un convento, y la otra mitad en el campo!

por una hija de la naturaleza, criada por un fraile sentimental y ascético! ¡Y yo que creí que me amaba!

¡Oh! qué anomalías se ven en las españolas! Entre estas mujeres, las que valen son culebras insujetables. La ofendi, lo confieso; pero he querido pedirle perdon, y no he podido ni aun verla!—Son estas mujeres suaves flores con tallos de acero. No conocen la vanidad cuando compite con su innato é indomable orgu.lo mujeril.—Casarse con otro, cuando le ofrecí ser mi mujer! ¡Qué insolencia! ¿Y con quién? ¿Será con su recien llegado primo Cortegana, ese chisgarabís, ese mono afrancesado? No; será con un pastor Fido, inocente como sus corderos. ¡Y ese imbécil de Pando que no me lo ha dicho! siento no haberle tirado por la ventanal ¡Y esa criatura se aviena á encerrarse en ese círculo vulgar y mezquino!

¡Oh! ¡es una criatura incomprensible! todo lo sabe por instinto, como el ruisenor la melodía! Ella me