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EPÍLOGO.


Algunos meses despues estaban una noche sentados en la mesa del brasero, Clemencia y Pablo.

El Cura y algun amigo que los habian acompanado, se habian marchado; pero estaba allí el anciano médico. Clemencia, en quien resplandecia la felicidad, estaba ccupada en una labor de mano. Pablo leia diferentes periódicos que habian acabado de llegar.

—Aquí, dijo Pablo que tenia en la mano el Univers, periódico francés, se habla de una persona que me parece haberte oido nombrar.

—¿Quién? preguntó Clemencia.

—El Vizconde Cárlos de Brian.

—Sí, mucho que sí; era un hombre de gran mérito; ¿qué dicen de él?

Pablo leyó:

—«En Nueva-Orleans ha sido muerto en un de-