dictador porteño, llegó al gobierno de San Juan en 1851, uno de esos mensajes órdenes, por el cual solicitaba el ilustre Restaurador de las leyes, so pretexto de encontrarse en mejores condiciones para combatir al traidor Urquiza, nada menos que el nombramiento de jefe supremo de la Confederación, y que se le investiese con la suma del poder público.
La noticia de que el engrillador Benavidez, acatando la consigna federal, se apresuraba a remitir a la legislatura un mensaje concordante con el absolutismo de tales propósitos, corrió por los habitantes de la ciudad con la rapidez de las noticias funestas, sublevando los sentimientos de aquel gran repúblico hasta donde es posible imaginar.
Rawson, a despecho de todos los peligros, tuvo la osadia de anunciar que iba a hablar en la legislatura para oponerse a la inaudita pretensión del tirano. Tal anuncio, que sin duda alguna enconaría el ánimo del tolerante gobernador, llevó al local de la sala de representantes, el día de la sesión, un crecido auditorio, ávido por escuchar al imponente tribuno.
En la interesante obra del señor Alberto B. Martínez, ya mencionada, sobre Rawson, figura la siguiente referencia, llena de colorido local, hecha por uno de sus contemporáneos sobre aquella memorable sesión de la legislatura sanjuanina:
« El representante, dice el señor Rojo, tenía que franquear un zaguán lóbrego, donde se paseaba un centinela; tenía que subir una