aportillada escala, a cuyo término había otro centinela; tenía que cruzar un ancho patio, donde paseaban o se tenían con sus grillos los presos del cuartel; y en el recinto mismo de la sesión, tenía que encontrarse con los vivos de un sargento mayor de secretario, y a su espalda una buena comisión de jefes y oficiales, entre los cuales no faltarían el Pichón de burro, verdugo de las señoras de Mendoza, y quien sabe si no estaba el buen federal negro-chagaray.»
En ese ambiente de libertad democrática, se levantó airada la palabra vibrante y altiva del doctor Rawson, para azotar a los detentadores de la soberanía de los pueblos, fulminar las atrocidades y salvajismos de la tiranía, levantar el espíritu público abatido por veinte años de opresión, y pedir a los legisladores, en nombre de los más caros intereses de la patria llamados a velar, que no consientan en acordar la suma del poder público, ni el nombramiento de jefe supremo, solicitado por el abominable dictador que avergonzaba a la humanidad.
La palabra viril y llena de unción patriótica del joven orador, fué escuchada con recogimiento y asombro, conmovió los espíritus, llegó muy hondo, y a no mediar el ruido de las espadas y de los grillos, la petición clamorosa del tribuno habría sido escuchada. Dice a este respecto el mismo señor Tadeo Rojo: «No estuve en la sesión, pero volví a tiempo de encontrar al pueblo todo palpitando todavía de la emoción causada por la conducta de Rawson, único