representante que había alzado la voz para oponerse a la continuación del ominoso mandato. Era de oir los elogios de Rawson, no ya en boca de los amigos y ciudadanos, sino de los mismos federales, de los militares, de los asociados en la mazorca.»
Pero esto no obstante, y como en determinadas épocas de la vida de los pueblos, convence más el temor que las elocuentes razones, la legislatura no solamente sancionó el proyecto oprobioso de las facultades extraordinarias, sino lo que es más original y absurdo, un artículo por el cual se obligaba a todos los legisladores a firmar la ley que se acababa de sancionar a despecho de la temeraria oposición de Rawson. ¿Se adoptó tal disposición para obligar a este a que firmase la ley combatida con tanto vigor, o se quiso brindar al señor Benavidez la ocasión de vanagloriarse con la unanimidad de su legislatura?
Sea como fuese, lo cierto del caso es que Rawson también firmó la bochornosa resolución legislativa que fulminara en su arenga incontestada.
¿Respondió su firma a un impulso de acatamiento a la ley sancionada contra su voto y discurso? O fué un acto de debilidad como en más de una ocasión le enrrostraron sus enemigos en el acaloramiento de las luchas políticas?
Sin vacilar nos inclinamos al primer supuesto, porque quien hace lo más, hace también lo menos, y por que si de algo vale el ejemplo de