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anos de nuestro primer aliento la misma representacion na cional que hoy os dirige, ciu ladanos, la palabra. Ved aquí el segundo paso con que imitamos á la sencilla naturaleza.

Todo fue preciso sin duda, para que se mostrase vuestra obra con esa dignidad que comunican las distancias y los escollos á los grandes acontecimientos.

Las consecuencias de esa nube, que de grado en grado habia obscurecido el horizonte, nos daban por entonces lúgubres presagios de una ruína próxima. ¡En que estado tan deplorable se hallaba la república, quando se instaló el Congreso Nacional! Los exércitos enemigos extendiendo la desolacion y sus crímenes: los nuestros dispersos y sin subsistencia: una lucha escandalosa entre el Gobierno Supremo y muchos pueblos de los de su obediencia: el espíritu de parti lo ocupado en combatir una faccion con otra:

una potencia extrangera que nos observa próxima á sacár partido de nuestras discordias: ciudadanos inquietos siempre prontos á sembrar la desconfianza comprimiendo el corazon de los incantos: el erario público agotado: el estado sin agricultura, sin comercio y sia industria: la secta de europeos españoles conspirando por la vuelta de la tirania: en fin todo el estado caminando de error en error, de calamidad en calamidad, á su disolucion política: ved aquí, ciudadanos, las llagas de la patria que consternaron nuestras almas, y nos pusieron en el arduo empeño de curarlas.

Abatir el estandarte sacrilego de la anarquia y la desobediencia, fue lo primero á que el Congreso dirigió sus esfuerzos. Por un cálculo extraviado, en que las santas máximas de la libertad servian de escudo á los desórdenes, se hallaban desunidas de la capital varias provincias. Este exemplo contagioso turo tamb en otros imitadores en al-