El Congreso Nacional habia previsto de lejos, que en un tiempo en que se hallaba perturbada toda la rotacion de la máquina política, no era posible restituirla á la armonia de su antiguo curso sin la fuerza motriz de un gobierno, que segun la expresion de un sabio es en el sistéma político lo que ese poder misterioso, que en el hombre reune la accion á la voluntad. Con esta razon general concurrián otras de suma importancia producidas por las circunstancias del momento. La marcha obscura de la intriga y los manejos atrevidos de la ambicion habian puesto á la capital en un estado de crisis peligrosa. Por todos se deseaba un nuevo Director, que con su autoridad activa y vigilante asegurase el imperio de las leyes, protegiese el órden, y volviese al estado su tranquilidad. A mas de esto, no sin fundamento se esperaba, que un Director Supremo á nombramiento de toda la representacion nacional fuese mirado por las provincias con el agrado á que inclinan las propias obras, y no con esa desconfianza oculta que en las de este género merecen las agenas. Penetrado de estos sentimientos el Soberano Congreso puso sus miras en un hombre, distinguido por sus servicios, recomendable por sus talentos, y en su juicio capaz por su política de cerrar la puerta á los abismos. Fue este el Señor Brigadier General D.
Juan Martin de Pueyrredon que felizmente tiene en sus manos las riendas del estado. Vosotros lo sabeis, Ciudadanos, con que pulso y acuerdo ha sabido fijar la suerte vacilante de la patria. A su presencia las pasiones agitadas solo nos dieron aquel susurro que dejan en las aguas por algun tiempo las grandes tempestades. Los facciosos fueron dispersados llevando con sigo la confusion y sus remordimientos.