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lega, y puedo afirmar que ignoraba los celos y las alar- mas del amor propio inquieto.

« Nunca me he asomado sobre el agua clara de sus ojos grises, sin haber sentido la calmante influencia de una fuente pura. Se le frecuentaba como un sitio de reposo, al abrigo de cualquier sorpresa. ¡Qué pocos son los hombres que merezcan semejante juicio! »

Felizmente, todo lo que tiene un ideal está casi siem- pre dotado de gran fuerza de voluntad, y lucha, lucha hasta vencer o morir; así nuestros pintores y escultores, que aman el arte por el arte mismo, no se desaniman, esperando que la posteridad, como sucede siempre, ha de ser más justa que los contemporáneos y reconocerá que mucho de lo que hoy se admira, venido del extran- jero, es obra comercial muy inferior a la que hace el hombre que trabaja para su patria.

Vosotros, hijos míos, sois también argentinos, y al deciros estas cosas, sólo quiero advertiros que el camino de la gloria es escabroso y que ningún éxito se debe a la casualidad, sino a la inteligencia, a la perseverancia, al carácter, puesto al servicio de un ideal. Sea cualquiera la profesión que elijáis, contad que habéis de luchar, primero para dominar la técnica de esa profesión, y luego, antes de que vuestro saber se imponga, pasarán años de amargura y desconsuelo, que sólo podrá vencer el temple de vuestra alma. Todos los grandes hombres han pasado malas épocas; pero casi todos han sabido sobre- ponerse a la adversidad.

Ni por un momento debéis creer que las obras maestras son hechas en un rapto de inspiración; ¡no! ellas son el producto de largos y meditados estudios, de improba labor, cuyas jornadas suelen prolongarse durante meses enteros, hasta quince y dieciocho horas al día.